De nuevo otro dramático suceso de acoso escolar. De nuevo dolor en una familia, trauma en una niña. De nuevo todo el mundo culpando de todo al centro escolar, a los profesores "que no estaban en el patio". Una vez más, todo el mundo sabe más de la vida de un colegio que los propios educadores.
Y, de nuevo, olvidamos a los agresores, por ellos no sentimos más que odio y este lo transferimos hacia los profesores que parecen los culpables absolutos. Pero a nadie parece entristecerle que esos niños vivan semejante violencia desde tan pequeños.
He visto escenas en las que un grupo de madres grita con una agresividad absoluta a los profesores del centro en cuestión. Esa escena evidencia una de las claves de la violencia infantil en los centros que olvidamos con demasiada facilidad: el irrenunciable papel educativo y de socialización que tiene la familia. ¿Puede quien así grita y gesticula, educar de veras para la paz, la convivencia, el respeto y el diálogo? Personalmente lo dudo. Nuestros gestos externos hablan mucho de lo que llevamos por dentro y ese tipo de exaltaciones no apunta hacia algo muy "educativo".
Evidentemente, a cierta edad, los ámbitos de socialización y las fuentes de influencia que tiene un niño van más allá de la familia: colegio, amigos, grupos diferentes, internet, el móvil, aportan nuevos "contenidos" a la forma de entender el mundo.
Pero nadie puede negar que en los inicios de la vida para toda persona el lugar donde los valores vitales aparecen con más fuerza es el seno de la familia: lo que escuchamos y vemos en casa es lo que quedará más grabado durante toda la vida.
Así pues, preguntémonos cómo hablamos en casa de los demás y cómo nos hablamos y tratamos entre los de casa. Preguntémonos cómo hablamos con nuestros hijos, qué les decimos y como se lo decimos cuando ellos y ellas nos hablan de otros compañeros del colegio. Preguntémonos a qué edad le dejamos un móvil con acceso a contenidos de la red. Preguntémonos a qué edad tienen un ordenador para ellos solos en su habitación o una televisión. Reflexionemos sobre los estereotipos que les transmitimos en nuestras conversaciones de adultos mientras comemos en familia (si es que lo hacemos), en nuestra exclamaciones ante la TV al escuchar a un político, deportista. Como hablamos y qué decimos mientras conducimos en el coche familiar y un largo etcétera de cuestiones que tienen que ver con lo que nuestros hijos ven y escuchan de sus adultos y que es lo que de veras se les queda dentro.
Sí, parece agotador, y lo es, porque educar de verdad es algo exigente. No lo puede hacer cualquiera y esa exigencia que tenemos hacia los profesionales de la educación olvidamos que en primer lugar debemos tenerla también hacia los padres y madres. El mero hecho de tener "capacidad para engendrar" no significa que tengamos capacidad para educar. La historia de la humanidad lo demuestra. Pero no por todos los casos de familias que malcrían, maltratan, mal-educan de cualquier manera a sus hijos, ponemos el acento en los padres y madres ni nos vamos a la puerta de esas familias a gritarles y lanzarles improperios y amenazas. Sin embargo rápidamente acudimos a los colegios a gritar a los profesores, a exigirles, se les amenaza, se les critica, se sabe más que ellos. Pero no se sabe nada de la gran cantidad de límites burocráticos, económicos y de personal que viven muchos claustros escolares y que hacen que la labor educativa viva auténticos recortes en su calidad diaria por puro agotamiento de los/as maestros/as que, aún así, inventan mil nodos de seguir adelante.
Si como creo que es el caso del colegio donde se ha dado esta última agresión, los educadores han de atender a alumnos con necesidades educativas especiales y no tienen medios ni personal suficientes, lo normal es que en algún momento "no estén " donde hubiera sido deseable que estuvieran porque estaban donde también tenían que estar.
En esos debates facilones sobre educación que aparecen en los medios de comunicación, casi nadie apunta hacia el papel nuclear de la familia en la verdadera educación de los niños y niñas, los futuros adultos. Es necesario hacerlo. Es necesario dejar de buscar culpables y pensar de veras en qué es lo que hace que un niño se convierta en un ser agresivo y maltratador. Alguno descubriría como si del invento de la rueda se tratara, lo que otros sabemos hace mucho: que a un niño lo educa la tribu entera y que, en última instancia, donde habría que acudir a exigir, es a las puertas del Ministerio de Educación.
Mientras, sintámonos a salvo: la Liga de Fútbol nos ampara y Sálvame sigue aportando sabiduría a nuestra sociedad.
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