¡Oh
Pueblo, Pueblo de Dios!
perdiste
el pasaporte en el camino,
el
pasaporte colectivo de la Tierra Prometida,
y
lo cambiaste por salvoconductos individuales,
que
permitan a los buenos escaparse al Tabor,
dejando
abandonada la arena del desierto,
la
arena del combate solidario de la liberación.
Pera
¿no eras tú un pueblo mesiánico,
un
pueblo que cargaba sobre sus espaldas
la
esperanza secular de la Humanidad,
y
que al llevarla por el desierto
transportaba
consigo a cuestas
la
Tierra Prometida?
¡La
llevabas, la construías, despertabas a los esclavos
y
hacías brillar la gloria de Dios!
¿Dónde
está ahora tu sangre mesiánica,
perdida
con tu pasaporte entre altas especulaciones
del
Cristo teologizado?
Vuelve,
vuelve atrás,
a
tus raíces de Egipto y de la Gloria de la Cruz.
Vuelve
atrás para poder ir adelante.
Vuelve
a tu Cristo desnudo,
a
tu verdadero Cristo,
a
tu Mesías glorioso, llagado y activo,
que
sigue en la brecha mesiánica,
solitario
pero dinámico,
gritándote
que seas la conciencia de la Humanidad,
conciencia
liberadora,
apoyada
en la Fuerza de la Debilidad,
abrazada
a cuantos mantienen la llama de la esperanza,
aunque
se les haya oscurecido Dios.
Vuelve
atrás para caminar adelante,
desde
el desierto hasta la Tierra Prometida,
desde
los márgenes hasta el centro,
el
Centro Divino del Gran Encuentro Solidario
de
los esclavos
y
de los amos convertidos.
Vuelve.
(Patxi
Loidi. Poema: Pueblo mesiánico en “Gritos y Plegarias)
Si la sal se vuelve sosa…
Si la sal se vuelve sosa…
Si nosotros y
nosotras que hemos recibido el don maravilloso de la fe nos adueñamos de él y
lo encerramos en normas y ritos que nos dejen tranquilos, entonces la sal se
vuelve sosa.
Si toda la riqueza de amor que Dios derrama en nosotros
no la revertimos en el cuidado amoroso y compasivo de toda vida, entonces la
sal se vuelve sosa.
Si habiendo gustado internamente a Dios, no sabemos
reconocerlo presente en otras formas de nombrarlo y celebrarlo, si no sabemos
descubrir el Espíritu que aleta en otras tradiciones religiosas y de sabiduría,
entonces la sal se vuelve sosa.
Si somos llamados a transitar los agrestes caminos que
nos lleven hacia la Esencia y nos conformamos con las autopistas del ego,
entonces la sal se vuelve sosa.
Somos sal, somos luz. Ni en exceso ni en defecto.
Transitar los caminos del interior nos llevará a descubrir las dosis exactas.
Ir
hacia sí mismo, hacia el núcleo divino de nuestro ser para ahí liberar la
energía, es emprender el camino de la tierra prometida y vivir la gran aventura
del pueblo hebreo (Annick de Souzenelle. "El Egipto interior o las diez plagas del alma". Ed. Kier. Buenos Aires,1999. Pág.43)
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