La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 22 de octubre de 2020

En la inquietud impuesta, alimentemos la confianza elegida

Dice María Zambrano en uno de los ensayos que se recogen en "Hacia un saber del alma":

Inquietud es afán de estar en todas partes, de actuar donde quiera, no estando de verdad en ninguna. Falta ese mínimo de realidad en que apoyarse, en que fijar nuestro anhelo. Eso que Ortega ha llamado el mayor tesoro del hombre, "su divina insatisfacción", y que no es, seguramente, sino esta sed de trascender, tiene por lo visto que tener un cierto soporte, y también un cierto horizonte, un contacto o comunión con aquello que nos rodea.

Este pequeño párrafo da paso a un epígrafe acerca de la confianza y la esperanza y, todo ello, a su vez, se encuentra en un capítulo en el que la gran pensadora, reflexiona acerca de "la vida en crisis".

Llevo semanas releyéndolo, ahondando en cada palabra. Me maravilla y me inspira, de alguna manera me sostiene. Porque yo misma vivo en crisis y no yo sola, toda la humanidad. Estamos atravesando un crisis  o más bien, llegando al culmen de un largo periplo crítico en la vida del planeta, en la historia de la humanidad.

Nos decimos ahora que tenemos una "crisis sanitaria", pero no es sólo eso. Hace mucho que vagamos a través de una crisis humanitaria global. Nuestra pandemia se llama "falta de humanidad" y, en este momento, la punta del iceberg es su aspecto sanitario.

Leyendo a Zambrano, entiendo que la inquietud de la que habla ella en este ensayo, es el fruto de la situación española y europea  de la década de 1933 a 1944. Una Europa que ha pasado por una Primera Guerra Mundial, en España una guerra civil que da paso a una Dictadura militar y, a la vez, la llegada del nazismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto, no resulta difícil creer que la inquieud fuera la "marca vital" del ciudadano medio.

Yo pertenezco a una de las generaciones que ha vivido más años sin guerras europeas, lo digo así, porque esa aparente "paz" no me ha parecido nunca real por múltiples razones que no son el objetivo de esta entrada. Hemos crecido los de mi generación, en un mabiente de pujanza creciente, de derechos más o menos consolidados, etc. Y, ahora, cuando más "traquilos y complacientes " nos hallábamos, ha estallado una guerra virulenta, exacta y totalmente virulenta porque su causa es un virus.

Pero, repito, esto, para mí, no es sino un capítulo más en la pandemia que nos lleva asolando más de un siglo, la de la pérdida de humanidad, o como diría Marià Corbí, de cualidad humana profunda.

El término que continuamente nos sirve para expresar qué nos hace sentir esta situación causada por el virus, es el de "incertidumbre". Pero, lo de la incertidumbre es de siempre, toda vida se despliega en el terreno de la incertidumbre por más que nos podamos llegar a creer que controlamos todo o casi todo y ese, es el "mensaje en la botella" que nos trae el coronavirus y que nos resistimos a leer y aceptar, la vida es incertidumbre. Con todo, también es verdad, que en este momento, el nivel de incertidumbre que muchos podíamos asumir ha subido tanto de intensidad que resulta mucho menos soportable o "disimulable". Es por esto que, leyendo a Zambrano, me parece que el término "inquietud" al que se refiere, nos viene como anillo al dedo en cuanto que describe el resultado que genera en el individuo y en el conjunto de la sociedad tal nivel de incertidumbre.

Sí, yo al menos, me siento inquieta. Al estilo de aquella Marta de Betania a la que Jesús, como en un espejo, muestra su disposición interior: "Marta, Marta, andas inquieta y preocupada". Así estoy, sí, inquieta y preocupada. Cada noticia de última hora, cada decisión cambiante de los diferentes gobiernos, cada nueva ley, cada subida y bajada de esa curva que nos tiene locos, cada "cierre perimetral", me inquieta y me preocupa, simplemente porque, a pesar de cuidarme y de focalizar la atención en muchas otras cosas buenas y bellas que me rodean, el ambiente general, las conversaciones,  los rostros enmascarados de todos, el gel en cada esquina, los carteles insistiendo en las distancias de seguridad, todo te acaba recordando que el mundo entero está sumido en algo de consecuencias muy dolorosas para tantas personas en todo el planeta.

La incertidumbre es el marco general, la inquietud y el desasosiego las consecuencias en la vida diaria.

Y, aún así, como antaño aquellos ciudadanos de la Europa atacada por el virus del nazismo, hemos de seguir levantándonos cada día. Quien puede, debe ir a trabajar, quien no, busca reinventarse a sí mismo. Aún así, a pesar de tal nivel de incertidumbre, los niños siguen naciendo y las familias se necesitan y se buscan más allá de las mascarillas. En medio de todo esto, hay que seguir pagando impuestos y realizando trámites administrativos eternos. Con virus o sin él, los empobrecidos de este mundo siguen muriendo de hambre y de otras enfermemdades y algunos siguen cruzando mares en pateras. Con virus o sin él, quien sufre un cáncer sigue necesitando ser tratado y acompañado y miles de ancianos precisan de atención y cariño. La vida sigue.

Pero, me da la impresión de que, como nunca antes, verdaderamente estamos en medio de ese "afán de estar en todas partes, de actuar donde quiera" sobretodo en lo que a nuestros gobernantes se refiere: Cada día nuevas directrices, cada día nuevas restricciones o el cese de las mismas, cada día un nuevo criterio a priorizar y al siguiente justo el contrario. En España, los políticos viviendo al margen de la vida real, se enzarzan en sus luchas de poder.  En el día a día del ciudadano, lo económico y lo sanitario parecen no poder confluir: si me cuido y te cuido, algunos, se quedan sin trabajo...

En fin, no quiero perderme en la multitud de cuestiones que asaltan mi mente y corazón, pero sí quiero incidir en que, o alimentamos y dejamos que brote en cada uno de nosotros una confianza radical en la vida o no podremos ir más allá de donde estamos.

Ante tanta inquietud, en medio de la incertidumbre, cada uno de nosotros va a necesitar, más tarde o más pronto, parar, respira, escuchar y adentrarse en los terrenos de su hondura personal para rescatar la confianza que permite avanzar, crear, afrontar con dignidad y calidad los retos que piden de nosotros altura de miras, conciencia crítica y capacidad de aportar al bien común.

Cuando la inquietud se nos cuela y enturbia nuestra visión entorpeciendo nuestro actuar, es imprescindible alimentar la confianza, rebuscar hasta el último recodo de nuestro ser en busca de todo aquello que nos recuerda que podemos avanzar, que vale la pena seguir adelante. Es aquello que colgamos en todos los balcones y ventanas del "todo acabará bien". Pero no todo acabará bien de cualquier manera ni por arte de magia, sino, alimentando cada uno de nosotros esa confianza radical en la vida que nos permita enraizarnos en un fondo inmutable de paz. Un fondo de paz que descorra los velos turbios de la inquietud que nos hace andar como títeres de un sitio para otro sin estar presentes por entero en ningún lugar, porque tal inquietud nos viene de fuera, no es libertadora actividad que brote de adentro. Lo más humillante que existe para un ser humano, es sentirse llevado y traído, arrrastrado, como si apenas se le concediera opción, como si ya apenas fuese posible elegir, ni tomar decisión alguna porque alguien, que no se toma la pena de consultarlo, las está tomando todas por su cuenta (María Zambrano).

En la inquietud impuesta, alimentemos la confianza elegida.








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