La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 29 de octubre de 2013

La autoestima



¿Por qué hay personas bellas por dentro y por fuera que se sienten poco valiosas? ¿Por qué hay otras cuyo ego está inflamado y se ven a sí mismos/as con el doble de capacidades de las que realmente tienen? ¿Por qué nos cuesta tanto tener una autoimagen centrada? ¿Por qué tanta miopía y hasta ceguera con respecto a uno/a mismo/a? Caemos con tanta facilidad en la sobredimensión de nosotros/as mismos/as, de nuestras cosas, como en la “hipo-dimensión” que nos convierte en nada o menos que nada.
Dicen que para contemplar un buen cuadro hay que buscar la distancia adecuada, “desempastarse”. Me gusta este término. Claro, visto así, desempastarse de uno/a mismo/a es bien complicado, pero no imposible.
¿Cómo ganar distancia para verme, para percibirme a mí mismo/a en mis auténticas dimensiones? Mi experiencia personal me ha mostrado dos caminos:
El primero es el camino de la mirada del otro, del igual. El segundo camino es la mirada de Dios.
Sobre el primer camino os diré que si hoy tengo una autoestima más o menos sana (¿quién la tiene sana del todo?) es gracias a mi madre. Ella, con su mirada amorosa, con sus palabras y sus gestos me ha trasmitido desde pequeña un amor incondicional. Es ese sentimiento el que te hace reconocerte como alguien digno. Esa dignidad te da seguridad y todo ello sumado, genera una autoestima correcta que te abre la puerta para afrontar la vida con ganas, con un sentimiento básico de confianza en los demás y en ti mismo/a.
Por ello estoy convencida, no por teoría, sino por experiencia personal, de que en esto de la autoestima los demás tienen un papel vital en los primeros años de nuestra vida, pero después también. Porque la vida es continuo cambio, “todo fluye” y, en los momentos bajos o en los momentos de caída personal que todos/as tenemos, nada peor que la compañía de quienes te miran por encima del hombro o de quienes consideran estúpido y fuera de lugar tu queja, tu dolor, tu tristeza, tu desorientación. Aún con una autoestima sana, en momentos así los otros pueden hundirte o levantarte.
Habrá quien piense que es uno mismo quien debe levantarse, quien debe alimentar su autoestima. Si, hoy está muy de moda el “hágalo VD. mismo” en todo, también en el camino del crecimiento personal, pero creo que nadie puede crecer ni avanzar si no hay encuentros humanos y humanizantes en su vida. El maravilloso filósofo judío Lévinas habla de “el rostro del otro” como condición de posibilidad de mi salvación. Es en el rostro del otro/a donde me reconozco y me encuentro en gran medida.
“Mirarte a los ojos es poder decir tú no me matarás”. La manera como miran los demás puede dejar huella en una persona, esto, que en los primeros años de vida nos resulta clarísimo, sigue teniendo importancia el resto de nuestra vida. ¿Qué es si no, la amistad? ¿Por qué nos resulta tan vital y la deseamos? Algo tiene que ver con el re-conocimiento de uno mismo en el amor gratuito del amigo/a. En el amigo/a me reencuentro conmigo mismo, con lo más amable-amado de mí. El/la amigo/a me regala dignidad porque la amistad es un gran regalo, terreno alejado de intereses bastardos. Al amigo/a le importa el/la amigo porque es él/ella, por nada más y en toda ocasión buscará su bien. ¿Puede haber algo más sanador en el nivel humano?
El segundo camino es la mirada de Dios. ¿Cómo explicar la potencia sanadora y liberadora de sentirse y saberse mirado por Dios? Vienen en mi ayuda unas palabras del gran teólogo Karl Rahner:
El amor a Dios puede, efectivamente, abarcarlo todo, y sólo él. Porque él sólo pone al hombre delante de Aquel sin el cual el hombre sería sólo la horrible conciencia del vacío radical y de la nada. Él sólo está en disposición de aunar todas las fuerzas múltiples, caóticas y entre sí opuestas del hombre, porque ese amor lo refiere todo a Dios, cuya unidad e infinitud puede realizar en el hombre aquella unidad que reduce a síntesis la multiplicidad de lo finito sin eliminarlo.
El amor, sólo él, hace al hombre olvidarse de sí mismo (¡qué infierno, si no se nos diera al fin lograr esto…!). Él sólo puede salvar todavía las más oscuras horas del pasado, porque sólo él encuentra en sí valor para creer en la misericordia del Dios Santo.
La mirada de Dios, que como tan bellamente dice San Juan de la Cruz “es amar”, lo abarca todo de mí: luces y sombras, lo manifiesto y lo oculto, lo fuerte y lo débil.
Y, mirándolo, todo lo ama, todo lo recapitula, todo lo unifica generando como un nuevo nacimiento. La mirada de Dios reúne en sí las más bellas miradas humanas y las supera, las lleva a un nivel radicalmente distinto. Dejándome mirar por Dios, permito la restauración de todo mi ser en su Ser. Todo ello porque Dios no puede ser sino amor que ama o, de nuevo en palabras de Rahner “amor que desciende”. Ese fue el poder de Jesús: el amor. Un amor que libera, que desata toda cadena de opresión del hombre y la mujer. Ese era el atractivo de Jesús, un amor tal que restauraba las dignidades perdidas, las autoestimas hundidas.
Sí, yo sola no puedo, necesito de los demás y necesito de Dios para ganar distancia, para verme, para re-conocerme, para aprender a amarme completamente. Sólo quien haya experimentado el don del amor gratuito humano y divino, lo sabe: quien te cree… te crea.

1 comentario:

Marisa dijo...

¿Sabes? No hay mayor regalo que aquel que te hacen las personas que te quieren y te rescatan cuándo pueden hacerlo. No es difícil que me emocione leyéndote, pues sabes que decir y sabes... como hacerlo. Un don que compartes porqué te puede la generosidad.

Por eso, espero hacerme mayor, un beso antes de ir a dormir, que esté listo el pastel..., que deje llover. Espero ..., que llamen a la puerta y que por fin llegue el día en que nos volvamos a encontrar.

Gracias por tirar del hilo que nos une. Eres luz.

Marisa