El castigo que Dios impone a Eva tras la caída, según el relato del génesis, es el de parir con dolor. ¿Podemos imaginar, entonces, que hubo un tiempo anterior a la caída en el que no había dolor?
El ser humano esquiva y huye del dolor, tanto físico como psicológico. Hay algo en nosotros que añora esos tiempos en los que no hubo dolor y creemos que es posible volver a ese paraíso perdido de paz, indoloro. Ante el dolor buscamos mil salidas: si es físico las pastillas y tratamientos adecuados, si es un dolor interior ahí andamos más perdidos, si bien hay quien intenta amainar el dolor del alma con miles de drogas de todo tipo: el trabajo sin freno, la multitud de relaciones, el sexo, el ruido, la bebida y el tabaco... Intoxicamos nuestro cuerpo en la esperanza de que así se embote nuestro corazón y dejar de sentir aquello que duele.
Ese parir con dolor del que habla el génesis permite una lectura más allá del parir los hijos. Se trata del parto del ser interior. Cada uno de nosotros afronta más de un nacimiento. Sólo Dios sabe cuántos nos tocarán afrontar a cada uno, a cada una. Sean los que sean, precisan de nuestra atención. Como la mujer gestante, uno siente cuándo algo nuevo se mueve en los adentros. Hay signos, hay huellas, hay toques de esa llegada del momento de permitir la gestación de lo nuevo dentro de uno mismo. Al igual que una oruguita que sabe cuando debe dejar paso a la crisálida de la que nacerá la hermosa mariposa. Así a la vida de una persona llegan esos momentos de re-nacimiento.
En estadios de conciencia más avanzados, la persona es capaz de "permanecer en el infierno sin desesperar", como Dios le indicó a San Silouan, moje del Monte Athos. Esa capacidad no se improvisa, se alimenta de una camino de progresivo despertar, de fases en las que se ha descubierto que la fuente de paz y de calma está dentro de uno mismo. Entonces ya no se buscan falsos calmantes. Se sabe con certeza que se trata de permanecer y dejar que las cosas se revelen en su tiempo oportuno. Mientras, se debe cuidar aquello que se está gestando: el silencio, las compañías adecuadas, la naturaleza, la oración, la meditación... serán los buenos alimentos para que el alma se nutra y el "niño interior" se desarrolle hasta el momento de su nacimiento.
¿Duele el nuevo nacimiento? Sí, tantas veces sólo se accede a un nuevo estado de conciencia a través del dolor. Puede ser un dolor causado por circunstancias externas a nosotros/as mismos/as, acontecimientos que generan una serie de círculos concéntricos en lo más profundo, como una piedra arrojada en un estanque. Tales acontecimientos, sin previo aviso, desmoronan muros construidos, conmueven cimientos que parecían estables o nos despiertan de nuestra inconsciencia. Se produce la convulsión del ser.
En otras ocasiones lo nuevo está llamando a las puertas de nuestro corazón. Nuestra Esencia nos llama, nos pide cambios, aires nuevos interiores y exteriores, espacios interiores más amplios, pero nuestro ego se resiste a abandonar los terruños conocidos y las comodidades adquiridas. Entonces se establece una lucha entre el ego y la Esencia, entre el "hombre/mujer viejo/a" y el "hombre/mujer nuevo/a". Esa lucha puede durar lo que nosotros queramos que dure mientras nos aferramos al dolor o lo esquivamos o lo que Dios permita que dure. Porque Dios mismo viene tantas veces en nuestro auxilio. Su Gracia nos capacita para atravesar indemnes nuestras opacidades y somos adentrados en nuestro Debir, en nuestro Santa Santorum. Cuando esta Gracia se nos regala será nuestra responsabilidad cuidar del don recibido, porque verdaderamente podemos arruinarlo fácilmente, tal es nuestra torpeza tantas veces.
Nos parimos con dolor y parimos con dolor al Dios que nos habita. Es inherente al parto el dolor. Esquivarlo puede originar abortos. Que nunca el miedo al dolor evite en nosotros los sucesivos nacimientos que hemos de afrontar hasta dar a luz nuestro vedadero Ser. El último trance será la muerte corporal, una fase más de la vida. Pero lo que nos espera es algo de una belleza indescriptible y eterna, que nada ni nadie nos podrá arrebatar.
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