En 1Pe 3, 15-18 se nos anima a los cristianos a saber dar razón de nuestra esperanza a todo aquel que nos la pida. Creer en Dios y pensar no son opuestos, como no lo son creer en Dios y sentir o creer en Dios y vivirlo en el cuerpo.
Los paradigmas que los humanos creamos para amparar nuestras creencias y sistemas de valores religiosos o civiles, pueden ayudarnos lo mismo que obstaculizarnos en la vivencia profunda de tales creencias, valores, etc. Las tradiciones deben ser revisadas y criticadas sanamente para potenciar su aporte de sabiduría y eliminar las deformaciones que matan el dinamismo evolutivo propio de la vida en todos sus niveles.
El peligro es que el paradigma se transforme en para-dogma. Entonces nos convertimos los unos para los otros en enemigos, obstáculos a salvar, agresores. Si todos buscamos lo mismo, permitamos que los caminos sean abiertos, diversos, dejemos paso a la creatividad a la alternativa. ¡Cuánto miedo nos da el campo abierto! y, asi, por miedo, vamos muriendo de hambre empachados de enfados y divisiones y, a veces, no sabemos ni porqué, simplemente..."Es que siempre se ha hecho así".
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