Me he dejado la llave dentro de casa. Nadie más tiene la llave. Respiro hondo, no pasa nada. Llamo al cerrajero. Me dice que será cosa de un momento pero... ¡oh cielos! el momento se transforma en dos horas y media.
Observo como el cerrajero se desespera al comprobar que el mal estado de la puerta lo pone todo muy complicado. Incluso llama a los refuezos: dos cerrajeros intentando abrir la puerta de mi casa.
Sentada en un escalón repaso los pasos dados...¡Ay, si no me hubieran llamado por teléfono justo al salir de casa! ¡si hubiera...! Pero no me fustigo. Siento una extraña tranquilidad. Hechos consumados que no dejaré que me consuman la energía. Anulo mi visita al masajista (llevo una contractura horrible en la espalda), me quedo sin tiempo de hacer todos esos recados que necesitaba hacer. No pasa nada, calma...
Según pasan las horas (¡dos horas y media!) pienso que al menos tengo una casa. Hago memoria de todas las cosas bonitas y agradables que hay dentro...¡Soy afortunada! Una casa acogedora a la que regresar. Esto de estar en el portal no es nada cómodo. ¡Cuántos hombres y mujeres tienen que conformarse con el "portal del mundo" porque no les dejamos pasar a casa!
Entonces pienso en todos los accesos cerrados a tantos y tantas: el acceso a la educación, el acceso a la sanidad, el acceso a un hogar digno, el acceso a un trabajo, el acceso al agua potable, el acceso a la igualdad de derechos... ¡Demasiadas puertas cerradas!
El cerrajero aporrea la cerradura con todo tipo de herramientas. Escucho los golpetazos. Claro, cuando las bisagras y las cerraduras no están bien, cuando no se cuida de los puntos de acceso, luego cuesta mucho abrirlos. Viene a mi mente la Iglesia, mi casa dentro de la gran casa de la Humanidad. En ella también hay demasiados accesos cerrados. Puertas y ventanas que un concilio intentó abrir para ventilar el ambiente pero que, poco a poco, se han ido cerrando. Hoy casi hay que aporrear para que se abran.
Por fin se abre la puerta. Han traído una sierra, cortan el metal y saltan chispas...¡Sí, saltan chispas cuando intentamos abrir accesos, incluso accesos a Dios! Jesús hizo saltar tantas chispas que tuvieron que acabar con él. Increíble cerrajero Jesús... Él nos ha abierto el camino de regreso a Casa, a Dios, a través de su cuerpo abierto.
Tras la lluvia de chispas, se abre la puerta y ¡qué alivio! Casi entro saltando y cantando...¡Hogar dulce hogar!
Ojalá seamos hábiles cerrajeros/as, pacientes, capaces, arriesgados y consigamos abrir las puertas encajadas, hacer saltar las cerraduras que no dejan entrar y salir líbremente. Eso sí, espero que seamos capaces de hacerlo gratis porque...¡Dios mío, qué factura!
6 comentarios:
Vaya..., me suena-!. Y a Alex, también. Y sí, a veces las puertas encalladas ..., nos pasan factura.
Un fuerte beso
¡Genial, Elena! Qué bueno...
Un beso grande desde Donosti.
¡Jajajjaa, Marisa! Aquella vez nos quedamos cerrados por dentro, esta vez me quedé fuera, más incómodo... Pero ya está, gracias a ello me van a poner una puerta nueva, ya ves, al final todo acaba bien y si no acaba bien es que no es el final. Un besazo.
GRacias, Marta, sigue abriendo puertas en tu centro. Besos.
¡Menuda aventura, Elena! Con el ajetreo de la semana no había leido tu historia y al hacerlo me ha venido a la cabeza una frase que siempre decía mi abuela :"Jamás cerró una puerta Dios sin que abriese dos"... La experiencia te ha servido para tomar conciencia de los momentos preciosos que guardas en esa casa y, de paso, para renovar la puerta, que de vez en cuando viene muy bien ( a pesar de la factura!).
La próxima vez que no puedas entrar en casa, ya sabes donde tienes otra (con 80 habitaciones...y espero que buenos recuerdos)
Feliz puente y muchos besos
Amaia
Qué verdad lo que te decía tu abuela, así es. En mi casa hay presencias hermosas, ecos de visitas, ramos de flores, comidas compartidas... Y, desde luego, me encanta tener una casa más con 80 habitaciones (sólo que me pillaba un poco a desmano ese día). Un beso.
Publicar un comentario