Jesús ha realizado un milagro: la multiplicación de los panes y de los peces. Lo han visto y vivido una multitud entre la cual sus discípulos han podido mirar en primera fila el cómo del milagro. Pero no comprenden, miran pero no ven. Recuerdan que repartió cinco panes entre cinco mil personas y que sobraron doce cestos. Recuerdan que sobraron siete canastas cuando repartieron siete peces entre cuatro mil. Recuerdan datos pero son incapaces de interpretarlos. Aún les queda mucho camino, aún no han recibido el Espíritu, la vida de Dios en sus corazones, en sus cuerpos, en sus mentes...
Jesús les avisa de "la levadura de los fariseos y de Herodes" (Mc 8, 14-21). Ellos interpretan que lo dice "porque no tenemos pan". Una vez más, como le pasa a Nicodemo, como a la Samaritana, como a tantos y tantas, como me pasa a mí y como e pasa a ti, Jesús habla desde un nivel de conciencia radicalmente distinto y ellos/as y nosotros/as lo comprendemos desde esquemas puramente egoicos, dualistas, desde la ceguera, desde las apreciaciones superficiales y facilonas.
"No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?" dice Jesús. Y el caso es que sigue siendo así. Nuestra ceguera, nuestra sordera ha ido añadiendo ropajes pesados al fresco y sabio mensaje de Jesús, a su vida. Pero en el umbral de este nuevo siglo comienzan a caer esos ropajes, sopla un viento del Espíritu en diferentes ámbitos dentro y fuera de la fe que está posibilitando comenzar a comprender algo más, algo mejor... Curiosamente un viento del Espíritu que ha soplado suave siempre en la Iglesia, en las tradiciones religiosas, en la humanidad. Nunca han faltado los hombres y las mujeres que han comprendido más y mejor porque se han desprendido de lo falso, de lo dual, o, más bien, se han dejado despojar de ello para dejarse adentrar en lo profundo.
Porque esto de "ver" y "oír" es más cuestión de dejarse llevar, de adoptar la posición y la actitud del aprendiz, del discípulo, del que vive enraizado en el "humus" vital que nos hace humildes. Pretender "ver" y "oir" atados con mil cadenas a los esquemas preestablecidos, es pretender poner remiendos de tela nueva en la tela vieja, como lo enseñó Jesús, el resultado es que la tela nueva tira de la vieja y todo el paño se rompe.
Entrar en esta hondura total del Espíritu de Jesús es morir para renacer, dejarse re-crear, ser eternos aprendices que no se duermen y que mantienen la lámpara encendida, es reconocer el paso de Dios en todo aquello que el ego niega como lugar de Dios, es salir de Jerusalén y recorrer Galilea... En definitiva y en cristiano: encarnarse, vivir, morir y resucitar como Jesús.
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