Continúo explicando las
confluencias que encuentro entre la propuesta de Stefano Cartabia y nuestra
propuesta de Educación de la Interioridad. En este caso me voy a permitir,
afirmando la confluencia de fondo que es total, hacer un matiz y cambiar de
verbo por fidelidad al ámbito de nuestra propuesta que es de los colegios.
CALLAR: El callar pone el
silencio en el centro del método, como eje portante, la piedra angular. Callar,
silenciarse es la lógica continuación de la observación Stefano Cartabia. (El
agujero en la flauta. Blog).
¿Puede el verbo
"callar" formar parte de una propuesta pedagógica de los tres a los
dieciocho años? ¿Es posible pretender callar a un niño, a un adolescente? ¿Ha
de ser el colegio un lugar "callado? Son preguntas que debemos hacernos al
acercarnos a este verbo tan potente, que más que verbo es experiencia.
¿Cuántas veces al día un/a
maestro/a dirá a sus niños "por favor, ¿podéis callar?" o
"Fulanito ¿nos harás el favor de callar un poco" o aquello otro de
"si no calláis ¿cómo me vais a entender?". En ese contexto el verbo
callar nace tantas veces de una petición casi de auxilio del educador que, ante
la algarabía de 25 o 30 chavales, necesita abrirse paso para decir, para
exponer, para explicar o, claro que sí, para descansar de tanto
"ruido". Pero todo/a educador/a, en el fondo, ama de algún modo esa
algarabía del colegio. Cuando los alumnos se van al finalizar el curso y el
educador permanece en el colegio, este parece tan vacío, tan escaso de vida...
Por lo tanto, la forma que vamos
a tener de entender el verbo "callar" en el contexto de la Educación
de la Interioridad aplicada a un colegio tiene más que ver con el verbo
"acallar".
Nosotros, en un colegio, no
podemos poner el silencio como centro del método. Dicho de otra manera, la
educación de la interioridad como paradigma pedagógico, no es sinónimo de
"educar para el silencio o en el silencio". No obstante, esto no
quiere decir que el silencio no sea un "lugar" al que hemos de
llegar, una experiencia que es obligatorio facilitar porque es un regalo que
debemos hacernos a nosotros mismos y a nuestros alumnos. Porque el silencio no es "algo" que hacemos o tenemos, en un nivel profundo el ser humano es silencio.
Pero hemos de entender que un
profesor de colegio trabaja con unas franjas de edad en las que la expresión de
esa personita que el niño, el adolescente va siendo, debe encontrar espacios de
libertad para su expresión personal. El niño de tres años que está aprendiendo cada vez más palabras, que
mejora su pronunciación, tiene que hablar, tiene que cantar, tiene que expresarse,
pero es que eso también vale para aquel alumno de Bachillerato que está
preguntándose por su identidad y por su lugar en el mundo, necesita expresar
sus inquietudes, necesita hablar, y mucho y a todas horas, con sus amigos...
Por ello, prefiero hablar de "acallar" en lugar de "callar",
que, como digo, en el contexto escolar quizá nos suena más a aquello de
"mandar callar".
ACALLAR:
efectivamente, como Stefano Cartabia indica en su blog, silenciarse es la
lógica continuación de la observación. Observar, desde mi punto de vista, nos
prepara para contemplar y, también mantener la mirada contemplativa, nos ayuda
a ser más observadores. Observación y contemplación me parece a mí que van de
la mano, aunque cada una encierra unos matices. Observa, en concreto tiene
mucho que ver con fijarse en los detalles, en las partes... para ello, quien
observa, aunque no se de cuenta, se "acalla". Los maestros sabemos
bien que nuestros alumnos más callados y aparentemente tímidos o poco participativos,
son en muchas ocasiones, sumamente observadores. Para mí, esos alumnos son como
aquellos "acusmáticos" pitagóricos que, en su camino de iniciación a
la sabiduría pitagórica, comenzaban por pasar años en silencio para aprender a
escuchar antes que a hablar. Sí, en nuestras aulas hay "acusmáticos" y
"acusmáticas" innatos. Niños, adolescentes, jóvenes a los que les gusta
más escuchar que hablar. Son aquellos que de pronto, un día, te sorprenden recordándote
aquello que dijiste o hiciste hace un montón, o te sueltan una frase lapidaria
cargada de fuerza y verdad cuando tú creías que estaban en modo pasivo...
La persona observadora lo sepa o
no, se acalla para ver mejor, para captar, para percibir. Se concentra y
reconcentra sus potencias al focalizar su atención. Eso es lo que hace también
el contemplativo, pero, además, en la contemplación, se añade una percepción
más abierta y relajada, suma atención, pero atención amorosa, sin juicios de
valor, dejando que aquello que es sea como es y como se manifiesta.
Sin un "acallarse” de las
potencias es imposible. Cuando algo atrapa nuestra atención, un libro, una
música, un rostro, una voz, una imagen, inmediatamente nos acallamos. Sabemos
hacerlo de forma innata.
En la EI lo que haremos será
potenciar el aprendizaje activo de ese "acallarse”, hacerlo consciente con
técnicas de silenciamiento como la relajación, la respiración consciente, la
conciencia corporal, la meditación, etc.
Pero, repito, debemos ser
conscientes que un niño de tres años, una niña de ocho, un chaval de quince, no
pueden asumir esos procesos de silenciamiento como si fueran monjes tibetanos o
cistercienses. Lo vivirán conforme a su edad y a su temperamento.
Por ello, ese
"acallarse" debe ser propuesto con amor y con humor. Con un lenguaje
cercano y significativo para cada edad. Es por esta razón, que el adulto educador
deberá vivir él o ella mismo ese "acallarse", será alguien que sabe
de silencio y del camino del silenciamiento, porque nadie puede dar lo que no
tiene: si en mí, como educador no hay un fondo silencioso, sereno,
"acallado" no podré guiar a mis alumnos por ese camino.
Pero, además, el objetivo de ese
silenciamiento es, experimentar y gustar internamente de qué modo nuestro ser se
unifica en ese acto de "acallarse", como puedo sentir la vida en mi
piel, en mis venas, como puedo percibir con más claridad los pensamientos que
valen la pena de los que no, como puedo, poco a poco, ir encontrando ese ser
interior que soy y que es amigo y no da miedo. Para ello, comenzamos a los tres
años, vamos tomándole el pulso a eso de "callarme" , le cogemos el
gusto a la calma, a la quietud, a ese "acallarse" jugando a ello,
haciéndolo en modo niño para, en edades posteriores, aprovechar ese camino
recorrido para que el "saber acallarnos" nos ayude a afrontar tantos
cambios propios de la pubertad y de la adolescencia y se convierta en una herramienta
poderosa para nuestras elecciones vitales en el Bachillerato.
Acallar nuestro ser no supondrá
quedarnos sin palabras, sino al contrario, otorgar mayor peso a lo que digamos
desembarazándonos paulatinamente del hablar por hablar o por no callar...
Acallarse es la escuela del verdadero diálogo y de la argumentación seria y
profunda. Acallarse, efectivamente también nos prepara para saber meditar en el
doble sentido: pensar bien las cosas antes de hacerlas y de decirlas y meditar
como acto de "ir al centro" en un ejercicio de meditación u oración
profunda.
En un colegio, tan lleno de
voces, de idas y venidas, tan pleno de vida pujante, en crecimiento, no podemos
hacer pivotar la EI únicamente en propuestas de silencio. Más bien en esas
edades, les enseñaremos el camino del silenciamiento porque, en todo caso
¿quién ha vivido el Silencio, el verdadero Silencio? Creo yo que pocas personas
pueden decirlo así, con todas las letras. El Gran Silencio místico es algo de
adultos, es algo de años, es un don y una tarea.
En el colegio, con nuestros
niños y chavales, hemos de caminar por la senda de propuestas de silenciamiento
desde esta significación del acallarnos, de calmar el ritmo, de respirar la
Vida para disfrutarla aun más en honduras mayores que nos permitan "ir más
allá", "mirar más allá", "escuchar más allá".
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