Hoy quiero simplemente reproducir la bellísima descripción de Javier Melloni sj de lo que es un/a místic@ hoy. Escuchar y leer a Javier es siempre retador, sugerente... Lleva a la hondura. Que lo disfrutéis.
Hoy, como en todos los tiempos, un místico es alguien tan
necesario como inútil para su generación. Es inútil porque no produce nada y lo
que ofrece no se puede comprar ni vender. No tiene precio en el mercado. Se
escapa a quien lo quiere prender y confunde a quien lo quiere comprender. Por
ello hay que apartarlo, porque se interpone entre la inmediatez de lo que hay
que lograr y producir. El místico dice: lo que verdaderamente es, ya existe.
Sólo hay que aprender a percibirlo. Molesta también a la institución, porque la
relativiza y le recuerda que el cielo que ha pintado en el interior de sus
bóvedas no es el cielo abierto auténtico.
Pero, a la vez, su presencia es indispensable porque señala
un modo de existencia que anhelan todos los seres y las mismas instituciones.
Ha nacido para alentar la llama sagrada que arde en todos y en todo. El fuego
del místico es diferente al del profeta. Éste señala y grita lo que falta,
mientras que el místico indica lo que ya es. El profeta habla del todavía no,
mientras que el místico habla del ya sí. Ambas cosas son necesarias.
Parafraseando a Raimon Panikkar, “el místico no es el que
tiene esperanza del futuro sino de lo Invisible”.
El místico no es ingenuo, sino inocente. La ingenuidad es una
inmadurez que hace ciegas y torpes a las personas, porque les impide
confrontarse con los elementos oscuros de la realidad y de sí mismos, mientras
que el inocente lo ve todo, lo percibe todo y, sin echarse atrás, se entrega.
Otra de las cosas propias del místico es su capacidad de
conjugar paradojas. Por un lado, es alguien exquisitamente cercano a las
personas y a sus situaciones, pero también resulta inalcanzable, retirado en
una extraña lejanía. Estando plenamente presente, está también ausente. Se
halla en otro Lugar, y cuando está en otro lugar, se percibe su presencia. Su
hablar es silente y con su callar, habla. Las palabras son sagradas para él -o
ella-; por eso no las malgasta. Y por ello también sabe escuchar, y entiende lo
que los demás no entendemos. Habla, mira, comprende desde un lugar diferente; a
veces, tan diferente, que parece locura. Pero su locura no es más que el choque
que produce en nosotros su anticipación de Realidad.
Ama cada objeto, cada planta, cada pétalo, y queda fascinado
por ellos, pero, a la vez, puede prescindir de ello. Todo él es ternura, pero
también vigor, como dice Leonardo Boff sobre Francisco de Asís. Es frágil y
fuerte a la vez. No puede soportar el dolor delos pequeños. Ve desde ellos y
para ellos, y su oración es siempre por ellos.
Es concreto, arraigado en su tiempo y en su lugar, capaz de
un hablar sencillo y de poner ejemplos que los más pequeños comprenden, y a la
vez, es universal, porque percibe lo que atañe a la condición común de los
humanos. Ve la parte en el todo y el todo en la parte. Podríamos decir que
tiene un instinto fractal, que es tal como hoy los científicos comprenden que
está constituido el entramado de la realidad.
Es de una libertad soberana pero, a la vez, está al servicio
de todos, porque percibe la irrepetibilidad de cada persona y de cada cosa, y
ello le hace caminar por tierra sagrada. Acoge a cada ser como una epifanía y,
estremecido, se somete libremente porque sabe que su yo no le pertenece, sino
que es sólo receptáculo y testigo de las existencias ajenas.
Ama su tradición, aquella que le ha nutrido y le ha guiado,
pero no hace un absoluto de ella. Sabe que “ser original es retornar a los
orígenes” (Gaudí), no para repetirlos sino para recrearlos. Y el origen de cada
tradición está más allá de ella misma, antes de que surgiera. Conoce el camino
de la Fuente, “aunque es de noche”. Su fe es transconfesional, porque sabe que
la existencia está atravesada de Presencia y ello es lo que celebran todas las
tradiciones. Se alegra con ellas, por su diversidad y su riqueza.
Como un compás, con un pie está arraigado en su propio
centro, y con el otro recorre los círculos de la alteridad. Este centro no es
sólo el de la tradición a la que pertenece, sino que es un Centro más hondo
que, descentrándole, le recentra.
Todo él está vacío. Su existencia es un pasaje por el que
otros transitan para descubrirse a sí mismos. Como un icono, su sola presencia
ayuda a los que le rodean a descubrir la hondura que les habita. Él sólo calla
y ve. Y su alegría, tanto como su nostalgia, son inmensas.
2 comentarios:
Gracias, Elena, por esta perla... despierta ese deseo y orienta el crecimiento... pero sobretodo me recuerda que es la vida, toda la vida, sobretodo la más débiles, las que no habla de ese Dios, que lejos de jugar al escondite, se nos regala a manos llenas... ¡en tantos y tantas!!
Bello texto el de Javier Melloni. Me quedo con lo de "aprender a percibir lo que ya es y existe”. Cuántas realidades importantes nos pasan desapercibidas! y, sobre todo, ¡cuántas personas! Le decía a un joven Hermano de la Salle hace unos días: "¡detente! no vayas tan deprisa ni hagas tantas cosas, saboréalas para que los demás las puedas saborear contigo. Encuentra algún espacio para el silencio, igual hasta consigues orar...". También me lo digo a mí mismo.
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